EXPEDIENTE: SOBERANIAS
En este segundo número de Muchas Nueces apostamos, nuevamente, al plural. Porque otra vez dimos con innumerables realidades, que anulan la verdad de un discurso único y la mirada de arriba hacia abajo. Otra vez, las experiencias concretas desmienten las puestas en escena que quieren totalizar, homogeneizar. De nuevo, los problemas se comparten y las luchas se multiplican. En las soberanías que en este Expediente compartimos, encontramos todo salvo quietud, cualquier cosa menos resignación. Encontramos anudadas firmemente dos ideas: soberanía y emancipación. Las luchas por establecer la potestad de un derecho son aquellas por vencer la dominación. Encontramos además, que esa emancipación implica disenso y que las divergencias, las peleas y los desencuentros forman parte del día a día de la práctica política. Esas disonancias están reflejadas, en este número, en las diferencias de perspectiva que los diversos artículos proponen. La construcción y el sostenimiento de las luchas emancipatorias (proyectos vivos de una potestad popular distinta, forjada para que no haya un abajo) no apuntan a cambiar una monocromía por otra que, esta vez, sería legítima. La emancipación es en sí misma constante, se reedita como necesaria todos los días y, para alcanzarse, debe contar con la diversidad que en el mundo real, lejos de los manifiestos y los atriles, es problemática. Y es problemática porque, en el fondo, se trata de una batalla por la apropiación y por la autodeterminación. Más precisamente, apropiación para la autodeterminación. Es, por qué no, un problema de distribución de recursos. Recursos que se destinan o a interpretar o a cambiar el mundo. Lo segundo no es sin lo primero, puede argumentarse; sin embargo, sucede las más de las veces, en la práctica y en los sentidos dominantes con que nos aleccionan, que estos momentos se fosilizan en opuestos. Hacer soberanía es cambiar el mundo Cambiarlo hacia donde queremos, apropiarnos de lo que hay para llevarlo a donde queremos. Entonces, se trata inevitablemente, de una batalla cotidiana. La grande: entre quienes quieren que las cosas permanezcan tal cual están dispuestas (lo que se dice el statu quo, vio?) y quienes pelean por transformarlas. Las pequeñas (muchas veces más desgastantes) entre las infinitas posibilidades, entre las transformaciones deseables. Decimos entonces, soberanías, porque los destinos son múltiples por definición, y estamos convencidos de que ese no es un problema. Nunca ha surgido un problema de la diferencia. Son siempre los intentos de homogeneización forzada los que traccionan el estallido de una diferencia furiosa, irreconciliable. Las formas en que se proponen resolver esas encrucijadas marcan el camino y en este número de Muchas Nueces planteamos soberanías como una idea plural y abierta materializada en distintas prácticas de emancipación. La realidad le quema los papeles a la soberanía vertical, única, esa que nos inculcan todos los santos y non santos días de nuestras vidas. La Nación no parece darnos la oportunidad de ser parte de ella a menos que aceptemos ciertas condiciones. Y esto, dicho por un grupo de gente que no se ve forzado a aceptar condiciones extremas. ¿Y los que sí? Bueno, ahí viene al ruedo Atilio Borón en ese recuento que, por ser un esfuerzo de simplicidad, convida a ser leído, cuando nos cuenta que El Che, ante un marxismo verticalista, jerárquico, sin sentido, postuló que era hora de “arrojar esos textos por la borda y repensar todo de nuevo.” Pensar todo de nuevo. Lo que está escrito sobre piedra, que se muela. Si la soberanía no incluye la diferencia, si no nos incluye como sus artífices, no es una soberanía que nos pertenezca. En las experiencias que compartimos en este Expediente, esa es la medida común: la ausencia de pasividad, la hechura de emancipación. Contra los manuales amarillos, estas peleas. |