Nació en Santa Fe, en 1961.
Publicó los poemarios Casa al Sur, 1987; La prueba de la soledad, 1991; Del
cuidado de la altura del níspero, 1992; Las vacas y otros poemas, 1994; Flores
bajo la lluvia, 1998.
Extracto de “POR ENCIMA DE LOS TECHOS”. Editorial Leviatán, 2004 y Ediciones
UNL, 2011.
Y el río crece Advierto que no tengo tinta ni papel y el río crece. Para mí y para mi perro lo único seguro es el techo de la casa. Quiero gritar, pero mi grito es tinta y no tengo papel en dónde derramarlo. Miro al cielo: llovizna. Detrás de la llovizna veo la cara húmeda de Dios. Brilla su oscuridad, su penumbra luminosa. Me digo: –aún tengo Dios– y me doy bríos. Descubro que después del papel, aunque mucho más alto, está Dios, y sinceramente agradezco. Dije una plegaria que no recuerdo. La hubiera escrito, no importa, todos los hombres la saben, llegado el momento. Ver Desde la ventana del primer piso de mi vecino veíamos aparecer marcas, señales, en la vereda de enfrente. Una nueva hilera de ladrillos, asomar un tapial, la puertezuela del medidor de luz y de ella el tornillo donde la pinza abre, más abajo la aparición del cristal, luego, su final y así todos estos elementos que durante años estuvieron a nuestra disposición, y no vimos, ahora sobredimensionados por su efecto esplendoroso: el río comenzaba a bajar, el río se retiraba de la ciudad. Al final de aquel día mi vecino dijo: mirá, la ranura para las cartas de aquella puerta está a la altura del picaporte de aquel portón. Cuánto significado encontrábamos a estas cosas, ¡Y eso era mirar! Todo un día y la mitad de otro estuvimos Viendo. Los vecinos de enfrente, tres familias en una casa de alto, hacían lo mismo con nuestra vereda e intercambiábamos saludos y bromas increíbles, y más, risas. Quién sabe quién sufriría aquel día, en aquel mismo instante por una mancha de humedad o por la copa que se derrama sobre el mantel. |
Escritora y docente santafesina, ha trabajado en talleres literarios en cárceles de la Provincia, publicado diversos libros de su autoría así como también prologado obras de escritores locales. Ha obtenido premios y menciones en concursos nacionales de poesía y se ha desempeñado como jurado de certámenes de prosa y poesía.
Aprendizaje
Santa Fe bajo las aguas. Titular del Diario El Litoral, 1º mayo de 2003 A Carlos Vladimirsky, Poeta. El barro y el poeta eran ante mí una sola entidad, tan ilusoria como viva. El poeta, sus sueños y delirios levitaban casi entre el agrio olor de aguas impasibles, de yuyos y basura. Sus zapatillas de noche posaban marcas humildes en el fango maloliente de la casa. Hundía su mano en cajas que goteaban repletas de papeles, recogía con lucidez de infancia fotos y poemas, los miraba con la lentitud del amor perfecto, los ponía ante mis ojos con dos manos que temblaban. El poeta contradecía mis cálculos de las horas de luz en retirada. Corriendo por delante de la noche con la ventaja de un segundo, hubo una sopa de arroz, un café y un mate apenas tibio, que le ofrecí con dos manos que temblaban. Yo era una intrusa, como el agua, como el barro. Como esa muerte rara. Ya en absoluta oscuridad, sirenas fantasmales penetraban los oídos y esas zonas del alma donde escuchamos la respiración del miedo. Pero él se deslizaba como un ángel disponiendo de su antiguo paraíso. Y conocí a la poesía que se erguía soberana en las tierras del desastre cuando Carlos recitó para mí su último poema. Y la poesía brilló gigantesca entre la mugre. Buscando su cuerpo, el poeta encendió dos cigarrillos baratos y terribles, me ofreció uno, con el mismo fósforo encendió la única vela, tomó mi mano derecha con su mano derecha y murmuró: -María, atendé, el tiempo de mi frío está golpeando la puerta. Salmos junto al río Quien camina en la espesura, en ese llano que se llueve de calles y balcones, desde todos los grises, sin rojos, amarillos, verde agua o azules que cabalguen en los paños plegados de los cielos, no alcanza a oir voces que claman en el sitio donde se agotan los jazmines, junto al río, donde los muertos danzan sus sueños de paseo, junto al río. no alcanza a comprender que hay vida vida, vida en esa pasta servil de barro sucio, con los cerdos mirando desde sus ojos de verdaderos animales, en chiqueros que copian, sin la piedad del agua tibia entre las manos, escándalos de cuevas de cartón a medio hacer entre colinas blandas malolientes de los restos de quien camina en ese llano que muda entre grises y marrones. no alcanza a percibir los ojos en las oscuras órbitas que trasladan sus miradas desde carros que arrastran miserias enlazadas (no pensemos que la vida se detiene allí, adonde se mueren los jazmines) no alcanza a ver los niños que germinan entre ruinas de vidas que los riegan , todos los ardores de la angustia avanzan en legiones sobre ellos. no hay salmos junto al río hay agua que al correr entre los dedos deja una espesa urdimbre de residuos. Beben todos juntos bendiciendo el agua. Porque el agua es agua, sin mentiras, porque trae peces barrosos, calma sed y hambre desde su intangible realidad.... apacigua, ilumina. Donde el río se junta con el cielo hay un fulgor de eternidad: allí se pierden los contornos y los olores de las pilas de basura. allí alguien contesta sus preguntas con voces inaudibles de nencia y de pimienta. no hay salmos junto al río. están tan cerca aquellos muertos ciertos que acunan sus sueños de paseo... |